martes, 31 de marzo de 2015

El banco malo -si es que alguna vez hubo uno bueno-



Esta semana ha sido noticia la publicación de los resultados económicos de SAREB en 2014. Conocido popularmente como banco malo, el acrónimo que forma su nombre da más pistas sobre su ocupación concreta. Se trata de la Sociedad de gestión de Activos procedentes de la Reestructuración Bancaria. Es decir, se trata de una entidad que debe gestionar fundamentalmente activos inmobiliarios que, debido a la crisis, los bancos han debido adjudicarse a causa de sus clientes morosos, y por su dificultad de cobro, resultan una carga insoportable en sus balances. Este banco es una de las formas -la principal- en las que se ha articulado a nivel local el famoso rescate-ayuda concedido por la Unión Europea a España, que tan en boga estuvo en su momento.



Por ahondar un poco más, lo que SAREB hizo en 2012, año de su creación, fue comprar sus peores activos a diversas entidades financieras en apuros: en un primer momento, se trató de Bankia, Catalunya Banc, Novacaixagalicia, y Banco de Valencia; posteriormente, se incluyeron los activos tóxicos de Banco Mare Nostrum, CEISS, Caja3 y Liberbank. Todos esos activos fueron vendidos por las entidades en apuros a SAREB, por un importe total de unos 51.000 millones de euros, cuando su valor contable en los bancos era de más del doble. Así pues, aunque el descuento con el que vendieron fue aproximadamente de un 53 por ciento, lo que consiguieron los bancos fue la entrada de capital –los 51.000 millones que pagó SAREB- a cambio de esos activos de muy difícil recuperación. 





Hasta aquí, el mecanismo es claro para una parte: los bancos en apuros sanean su situación al recibir esta fuerte inyección de capital, y a la vez se deshacen de unos activos problemáticos, reduciendo a la mitad sus pérdidas previstas por estos activos y pudiendo, en conclusión, mantenerse a flote. Pero, ¿qué ocurre con la otra parte? ¿Qué ocurre con SAREB?



Pues bien, en el momento de su constitución, se fijó la vida de SAREB en 15 años. Durante este periodo, su misión consistirá en desinvertir en todos los activos recibidos, procurando maximizar su rentabilidad. Confiando en que la tendencia económica mejorase con el tiempo, se estimaba que durante la vida de esta sociedad se alcanzase un beneficio anual del 15%. Objetivo que puede parecer modesto, en vista de los beneficios que suele manejar el sector bancario. Sin embargo, la realidad nos está mostrando poco a poco la dificultad de la misión de SAREB.






Con la publicación de resultados de 2014, se ha vuelto a matizar que es el Banco de España quien ha recibido la ingrata tarea de tener que especificar de qué modo debe SAREB contabilizar sus activos. Los criterios contables vienen fijados por el Banco de España, al tener la nueva entidad un carácter a medio camino entre un banco y una inmobiliaria. Y aquí es donde aparece la parte más desagradable de la historia; cosa que, por otro lado, ya podía intuirse desde hacía tiempo. Para el cierre de 2013, el Banco de España indicó a SAREB que debía incluir como pérdidas –o, dicho de otro modo, provisiones- los préstamos participativos, que son aquellos que en caso de impago se convierten en acciones de las inmobiliarias. De modo que llevarlos directamente a pérdidas constituye algo lógico, ya que con la crisis inmobiliaria estos préstamos tienen muy poca probabilidad de ser recuperados. Y en 2014 se ha ido más allá: se han incluido como pérdidas los créditos concedidos a promotores que han declarado concurso de acreedores y que nunca aportaron ninguna garantía. Si el primer concepto ya puede sonar arriesgado para el banco e indicativo de mala praxis, lo cierto es que el segundo huele demasiado mal. Y no se trata de operaciones que puedan considerarse aisladas, como vamos a ver.



Las provisiones en 2013 por el concepto mencionado de los préstamos participativos supusieron para SAREB una pérdida de 259 millones de euros. A ello hubo que sumar las pérdidas propias del negocio –es decir, producidas por la venta a precios todavía inferiores a los que el SAREB recibió sus activos- que sumaron 144 millones más en pérdidas. En el primer año del negocio, estas pérdidas del negocio pueden considerarse normales, ya que todavía estábamos en el fondo de la crisis. De cualquier modo, por medio de un crédito fiscal, se maquillaron las pérdidas totales de 2013 hasta sumar 261 millones. Sin embargo, conviene no engañarse: el crédito fiscal debe compensarse con ganancias de futuros ejercicios, que todavía están lejos de producirse. Si no se considera este maquillaje contable, tras su primer año funcionando, el SAREB perdió 403 millones de euros.



En 2014, las provisiones por impagados sin garantía alguna han supuesto 628 millones. A ello se han sumado otros 91 millones procedentes de otros préstamos participativos –se entiende que procedentes de entidades que han presentado el concurso de acreedores en 2014-. A ello hay que añadir otros 62 millones en las pérdidas propias del negocio; inferiores a los 144 millones del año pasado, aunque habría que saber si esto es debido a que se ha vendido más caro, o más bien, se ha vendido menos y por ello las pérdidas han sido menores. En cualquier caso, el segundo año, las pérdidas totales han ascendido a 781 millones de euros -585 aplicando el maquillaje del crédito fiscal-, que hay que sumar a los 403 del año anterior, sumando 1.184 millones de euros. Casi nada para dos años de vida.





Ante este panorama, aparecen las voces que en su momento advertían que la valoración con descuento del 53% era, a pesar de todo, bastante generosa. La Comisión Europea estimaba en 2012 que el descuento medio que debía haber ofrecido SAREB tenía que haber sido del 72%, así que entiende que la diferencia hay que considerarla como ayuda pública, ya que esos activos problemáticos valían mucho menos que lo que se ha pagado a los bancos.



Para complicar más la cuestión hay que decir que, para que el capital de SAREB no se considere deuda pública, el capital privado debe suponer más del 50%, de modo que ha habido que “invitar” a las entidades privadas a participar. Finalmente, más de veinte bancos y aseguradoras han entrado en el capital, lo cual uno entiende no como un éxito de la iniciativa, sino debido más bien a que nadie quería asumir una gran participación, y han sido necesarios muchos socios para superar el 50% requerido. Vistos los resultados de los primeros años de vida, se entiende ese posible poco entusiasmo de las entidades “sanas” para entrar en el capital del banco malo, ya que las perspectivas de negocio son más bien escasas. Es de suponer que en breve –si no lo han hecho ya- esas entidades empezarán a reclamar a nuestros gobernantes alguna otra compensación por su esfuerzo solidario para soportar la crisis económica, en vista de que el banco malo no está en disposición de dar beneficios.



A finales de enero, quizá en previsión del desastroso cierre de 2014 que ya se intuía, los primeros ejecutivos de SAREB abandonaron la entidad, sumando 10 los abandonos desde el inicio de la actividad del banco malo. Llama la atención tanta rotación -similar a la que puede haber en una entidad financiera al uso- en una entidad como esta, que tiene un régimen de funcionamiento tan peculiar. Da la impresión de que sus dirigentes, conscientes de la inviabilidad del negocio que tienen entre manos, se están dedicando a sus propios asuntos; la gestión en estos primeros dos años ha sido calificada de personalísima, y caracterizada por ingentes gastos en asesores. La lectura que puede hacerse es clara: cuando alguien alcanza un puesto de este nivel, le conviene dedicar gran parte de su esfuerzo a hacer favores, que las entidades beneficiarias le puedan devolver en el futuro y así garantizarse un puesto a corto-medio plazo. Es lo que tiene trabajar en el banco malo.



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