viernes, 31 de julio de 2015

El banco bueno -es un decir-



Hace unos meses publicaba una entrada en este blog sobre el comúnmente llamado banco malo. Pues bien, para que no todo sea negatividad, aprovechando las fechas veraniegas, esta entrada está dedicada a un banco bueno donde los haya. O no. Como siempre, cada uno puede sacar sus conclusiones, y las mías son las que aquí expongo. De igual modo que en mis libros –enlace aquí-, se trata de un ejercicio de interpretación de la realidad que normalmente no se nos explica.

El protagonista de esta entrada es, como puede suponerse, el Santander. Es un banco que ha vivido una transformación que le ha llevado a convertirse en cabeza de un grupo empresarial de nivel mundial, partiendo de un modesto banco provincial español. Tal ha sido su crecimiento que a finales de 2014 era el undécimo mayor banco del mundo y primero de la zona euro. Los diez primeros puestos del ranking mundial están mayoritariamente ocupados por bancos chinos –cuatro- y norteamericanos -otros cuatro-. A modo de referencia, el primer banco de Japón aparece en el puesto dieciocho de la lista, y el siguiente banco de la zona euro –BNP Paribas- aparece en el puesto veintiuno. Sirvan estos datos para mostrar que, ciertamente, el Santander ha llegado muy alto.



Esta semana se han hecho públicos sus resultados económicos tras la primera mitad del año 2015. En clara línea ascendente, el grupo ha conseguido un beneficio neto en estos seis meses de 3.426 millones de euros. Sin duda, se trata de una cantidad apabullante. En España, lejos de los malos números de tantas grandes empresas que últimamente están anunciando ERE’s, el beneficio neto en el primer semestre ha ascendido a 771 millones de euros. Buenos números, que corroboran que los gestores del banco han hecho un buen trabajo.

La presidenta del grupo, tras la divulgación de las cifras, ha anunciado que la entidad abonará dividendos a sus accionistas íntegramente en efectivo. Esta es una de las novedades que ha introducido tras su llegada a la presidencia. Hasta hace poco, existía también la opción de cobrar el dividendo en nuevas acciones, y también de vender los derechos de esas nuevas acciones. En cualquier caso, la rentabilidad para los accionistas del Santander se sitúa, tras estos números, en un 11,5%, que constituye la mayor de las grandes empresas españolas, las que cotizan en el IBEX-35. Casi nada.



Pues bien: uno se pregunta si, de esa lluvia de dinero en dividendos para los accionistas, al menos una pequeña parte no podría ir a parar a los “otros accionistas”. Me explico: en el pasivo del balance de un banco, se encuentran el capital y fondos propios con los que cuenta la empresa –aportados por los accionistas, como en cualquier otra empresa- y también los recursos ajenos, que en este caso aportan los clientes de diferentes maneras contractuales. En un banco, el volumen de los recursos ajenos puede fácilmente multiplicar por diez el de los recursos propios. De modo que, como es fácil de entender, es sobre todo con este dinero –recursos ajenos- con el que los bancos realizan su actividad. No con el dinero de los accionistas. Sin embargo, éstos se benefician de una excelente retribución, mientras que los que en realidad aportan el capital se ven míseramente retribuidos. Cualquiera que posea una cuenta nómina en un banco –en la práctica, esto equivale a que deposite allí todo su dinero- puede comprobar los intereses que le abona anualmente su banco. Y puede hacer su propia calificación sobre dicho importe, que en mi caso propio, llamo miseria. Como cabe esperar, en el caso de una cuenta de ahorro normal, la remuneración pasa a ser microscópica, cuando no directamente cero.

Podría decirse, pensando en los accionistas, que éstos están arriesgando su capital, como en cualquier empresa, mientras que un particular tiene garantizados sus ahorros mediante el fondo de garantía de depósitos. Sin embargo, en el contexto en el que nos movemos, se ha podido comprobar que los estados, y en nuestra zona las instituciones europeas, son reticentes a dejar quebrar un banco. Desde 2008, han recibido ayudas los bancos estadounidenses -más de 700.000 millones-, alemanes -480.000 millones-, ingleses -47.000 millones-, franco-belgas, suizos, y un largo etcétera. Precisamente, ayudas –o rescates- que se justifican en aras de evitar el quebranto económico para millones de clientes. Que no es tal, ni en nuestro país ni en el resto de Europa, donde existe también el fondo de garantía. No. El quebranto si cae un banco lo llevarían sus accionistas, y esto, al parecer, es algo que no debe suceder bajo ningún concepto. ¿O hay algo más, como el apoyo que la mayoría de entidades bancarias realiza a los partidos políticos, apoyo que muchas veces acaba en una condonación de deuda?

La quiebra de entidades bancarias, como el caso de Lehman Brothers, está sucediendo en condiciones muy excepcionales. Así que el riesgo de los accionistas de los bancos es bastante relativo. ¿Y qué ocurre con los particulares? Habría que ver la aplicación del fondo de garantía en caso de grave problema de la economía de un país, como hemos visto recientemente en otro país europeo; en nuestro caso, si los dos principales bancos fuesen incapaces de seguir adelante por algún motivo, ¿habría dinero suficiente para reintegrar, a corto plazo, los depósitos a todos sus clientes? Como se puede ver, ni unos están tan protegidos, ni los otros arriesgan tanto.



Cuando uno accede a la página web del Santander, tiene acceso a las principales cifras del banco, así como a la cadena de creación de valor, que en mi opinión no se sostiene. Dicha cadena tiene una estructura de círculo, con cuatro eslabones: primero, los empleados de la empresa –los mejores profesionales, por supuesto- son quienes construyen relaciones de confianza y de vinculación con los clientes –segundo eslabón-, lo cual redunda en un aumento de la rentabilidad, que repercute en los accionistas –tercer eslabón-, y que estos devuelven a la sociedad –cuarto eslabón-, que genera empleados, y así se vuelve al principio de la cadena de valor. La cadena tiene su coherencia hasta el tercer eslabón –los accionistas-. A partir de ahí, pensar que éstos repercuten en la sociedad sus beneficios, resulta poco menos que irrisorio. Si se refieren al pequeño accionista, de acuerdo; éste suele emplear la mayoría de sus recursos en su vida cotidiana y no tiene la posibilidad de reservar millones de euros en un banco suizo, por poner un ejemplo. Sin embargo, de los grandes capitales –los que de verdad controlan las grandes empresas-, es evidente que puede esperarse una contribución muy baja a la sociedad, como he contado en tantas otras entradas de este blog.

La misma página detalla la contribución a la sociedad que el propio grupo realiza directamente, a través de becas universitarias, patrocinios culturales, promoción del emprendimiento en países menos favorecidos –pero siempre con presencia del banco-, etc. Es fácil entender que estas medidas no tienen nada de filantrópicas, y sí un carácter de inversión que se espera rentabilizar en un plazo medio. Baste como ejemplo la entrada de Santander en el patrocinio en Fórmula 1: en opinión del anterior presidente, fue la mejor operación de marketing corporativo que realizaron en toda su historia. Como digo, para el banco se trataba de una inversión, que dio cuantiosos frutos. Y lo mismo cabe pensar de las otras iniciativas.

Un banco tan bueno como este, que presume de tener muchos millones de clientes -mejor aún, dispone del dinero de muchos millones de clientes- tiene una forma muy sencilla de devolver a la sociedad el valor que ésta le aporta. En nuestro país, el Santander presume de tener 14 millones de clientes cuyo dinero posibilita, en mucha mayor medida que el de los accionistas, el negocio del banco. Sería tan sencillo como ofrecer una rentabilidad digna a aquellos que les confían su dinero. Pero no. Es más fácil que sigan beneficiándose los de siempre.

viernes, 24 de julio de 2015

Extranjeros en el Bayern de Munich



Hoy voy a comentar una noticia que también tiene relación con lo que planteo en mis libros (enlace aquí). Se trata de una noticia que he visto publicada esta semana en varios medios. Ottmar Hitzfeld, un personaje importante en el mundo del fútbol, ha hecho unas declaraciones a una revista alemana en las que dice, literalmente: “El Bayern de Munich tiene que tener cuidado en no fichar demasiados jugadores extranjeros”. Y también: “Los bávaros tienen que tener cuidado de que el alemán siga siendo el idioma principal y que no empiece a hablarse sólo en español”. Declaraciones que me parecen sorprendentes, por un lado, examinando la situación real en el club, y por otro, examinando el curriculum de este personaje.

De modo que examinemos, en primer lugar, los peligros que acechan al vestuario del Bayern. Hace ya dos años que el entrenador “español” Josep Guardiola se hizo cargo del equipo. Lo de las comillas rodeando la palabra español, especialmente en estos días, es muy oportuno, ya que Guardiola va a ser candidato a las elecciones catalanas por una formación independentista. En cualquier caso, desde el día de su presentación como entrenador, Guardiola se ha dirigido a los medios en alemán, y es de suponer que lo haga así habitualmente con la mayoría de su plantilla. A día de hoy, tras dos temporadas completas en su puesto, el Bayern de Munich tiene en plantilla únicamente a 4 jugadores españoles, y un chileno –que en su día pasó 4 años en Alemania-. En el otro lado, tenemos a 12 jugadores alemanes, y a varios vecinos: un austríaco –cuyo idioma es el alemán-, un holandés y un polaco –que llevan 6 y 5 años en Alemania, respectivamente, y lo normal es que ya conozcan la lengua-. De modo que la diferencia es tan apabullante, que cuesta creer que alguien en su sano juicio pueda temer que en el vestuario del Bayern “empiece a hablarse sólo en español”.

Sobre esto del juicio, habría que detenerse un poco en Hitzfeld, que es un nombre que quizá suene sólo a algunos. Este señor nació en Alemania, aunque en una localidad fronteriza con Suiza. Por ello, desarrolló su carrera como futbolista en ambos países; jugó tres años en el Stuttgart alemán, y el resto -13 años- en Suiza, donde fue dos veces campeón de liga. La mayoría de ese tiempo en Suiza jugó en equipos de la zona alemana, aunque también lo hizo un par de años en la zona italiana –en Lugano, la ciudad más poblada de dicha zona-. Como entrenador, su experiencia ha sido algo diferente: trabajó con equipos suizos los primeros años, pero luego pasó 14 años entrenando a los dos principales equipos alemanes, Borussia Dortmund y Bayern de Munich, entre los que repartió sus títulos: dos Bundesligas, una Champions y una intercontinental con el Borussia, y cinco Bundesligas, una Champions y una intercontinental con el Bayern. Un curriculum ciertamente brillante, al que hay que unir su última etapa de seis años como seleccionador de Suiza, en la que ha conseguido aumentar el prestigio de dicha selección. En vista de sus declaraciones, me queda claro que su brillantez se limita a lo futbolístico.

Puede admitirse que, como menciona en su entrevista, el Bayern sea un club con cierta tradición. Pero lo que resulta incuestionable es que su aspiración –como la de otra decena de clubes europeos- es la de ser el mejor equipo del mundo. Y para ello, lo razonable es disponer de los mejores jugadores –sean o no alemanes- y los mejores técnicos –a los que aplica lo mismo-. Al menos, suaviza su comentario diciendo que tienen que tener cuidado de no fichar “demasiados jugadores extranjeros”. Sin embargo, en vista de su comentario es fácil pensar que él considera que los que están “ya son demasiados”, y que la cosa ya se está saliendo de madre. Como decía antes, el mundo es muy extenso y aparecen grandes jugadores procedentes de todos los rincones. Pensar que un equipo que quiere ser referente a nivel mundial tenga una gran mayoría de jugadores alemanes suena a algo de otros tiempos, que muchos quieren olvidar.

Por otro lado, con el cuerpo técnico no parece haber tanta preocupación, ya que Guardiola ha llegado acompañado por cuatro ayudantes. Los cuatro son también catalanes, lo cual ya muestra cierta ignorancia en este señor al temer que en el vestuario se hable español, ya que la lengua habitual de estos cuatro técnicos será muy probablemente el catalán –lengua que no conocen ni Xabi Alonso, ni Javi Martínez, ni Arturo Vidal, tres de los cinco jugadores hispanoparlantes-. Además, lo de los entrenadores extranjeros no es algo de ahora: en toda la historia del club ha habido 51 entrenadores, 25 de los cuales no han sido alemanes. Es decir, justamente la mitad. Parece que el director de orquesta no les importa tanto, mientras los músicos sean nacionales.

En fin, el motivo de este artículo ha sido mi sorpresa al comprobar la falta de perspectiva de un hombre que durante toda su vida ha viajado por todo el mundo, ha tenido un éxito incuestionable y supongo que tampoco presenta síntomas de senilidad –tiene ahora 66 años-. Sólo podría entender que sus declaraciones vayan dirigidas a mover la silla del actual técnico, tras sus discretos resultados –esta temporada sólo ha ganado la Bundesliga, cayendo eliminado en semifinales de Champions ambas temporadas-. Hitzfeld es el entrenador con el que el Bayern Munich ha ganado más títulos en toda su historia, de modo que es lógico que tenga canales más directos de acceso al club. Quizá esta entrevista sea una forma de hacerse el interesante, y de mostrarse –sea real o no- identificado con el sentimiento del aficionado medio del Bayern. El tiempo dirá si le veremos pronto dirigiendo de nuevo a su ex equipo.

viernes, 19 de junio de 2015

Capital riesgo hasta en la sopa



La noticia que quiero comentar hoy constituye un ejemplo puntual de algo que se está convirtiendo en habitual en los últimos tiempos. Esta semana ha aparecido publicado en prensa que la familia Tous ha decidido vender el 25% de su grupo de joyería y complementos a una firma de capital riesgo ubicada en Suiza por 150 millones de euros. Como digo, en nuestros días esto es un caso típico: los grandes capitales –que cada día que pasa van siendo mayores- entran a formar parte de empresas, idealmente consolidadas por una larga tradición familiar, inyectando liquidez que va a parar directamente a los bolsillos de sus fundadores. O, en el mejor de los casos, a una ampliación de capital necesaria para el crecimiento del negocio.

En el caso que nos ocupa, el inevitable paso de los años ha llevado a que los creadores del imperio Tous, Salvador y Rosa, hayan decidido dar un paso atrás y delegar en sus cuatro hijas la gestión de su negocio, ubicándolas en la presidencia y en los principales cargos de dirección de su grupo empresarial. Este, por tanto, es un momento propicio para recoger los beneficios de su ardua labor, que ha llevado al matrimonio a levantar un imperio empresarial valorado en 600 millones de euros a partir de una joyería ubicada en Manresa –propiedad de los padres de Salvador- hace casi cien años. Además de garantizarse una dorada jubilación con los 150 millones, es lógico pensar que los patriarcas hayan decidido reservar una parte importante para sus cuatro hijas, a modo de colchón de seguridad personal en caso de que el negocio pueda ir a peor.

De los fondos de capital riesgo se han dicho muchas cosas. La mayoría negativas, debido en buena parte a que sus tentáculos para captar capitales son opacos. En cada fondo existe una gestora, con directivos claramente identificados, que son la imagen del fondo, y quienes parecen decidir dónde invertir. Pero el capital que administran puede provenir de cualquier origen, más o menos lícito, y es aquí donde surgen muchas dudas. En su defensa estas compañías alegan que aportan estabilidad a las empresas, al inyectar un capital importante -muchas veces, haciéndose con la mayoría del accionariado de su participada-. Sin embargo, su vocación no es precisamente la estabilidad, sino el crecimiento –o, como se dice ahora, monetizar la inversión-. Por ello, su permanencia en el accionariado de una empresa está ligada directamente al crecimiento de su inversión, y para ello pueden recurrir, en caso de ser accionistas mayoritarios, a vender activos estratégicos de la compañía participada. En general, su permanencia en una empresa oscila entre cuatro y seis años, superando raramente ese horizonte temporal. Mención aparte merece su ventajosa fiscalidad cuando abandonan una inversión; en España, directamente, no tributan por su plusvalía. Por ello no es de extrañar que su presencia en nuestro país se haya multiplicado en los últimos años.

Para el emprendedor, claro está, la tentación es difícil de resistir. Dinero líquido, que puede suponer un balón de oxígeno para el negocio en forma de ampliación de capital –la forma más segura de generar más beneficios es crecer-, evitando tener que recurrir al endeudamiento con los bancos, o bien, como en el caso de la familia Tous, que puede dar tranquilidad a toda la familia después de la aventura empresarial, y asegurar a los patrones un retiro sin sobresaltos.

El desmedido crecimiento de la economía financiera –hasta hace 40 años un concepto casi sin explorar- ha provocado que, como decía antes, los grandes capitales sean cada vez mayores. El riesgo que esto supone es claro, y hemos vivido sus consecuencias en años pasados. Se trata de la creación de burbujas financieras, que han estallado cuando se ha hecho patente que no existía respaldo a los activos financieros que corrían sin freno por los mercados. 

Sin embargo, a pesar de estos recientes ejemplos nadie parece haber aprendido la lección –la ambición humana es insaciable-, y se sigue insistiendo en crear una economía basada en papel, que genera grandes beneficios a quienes invierten grandes cantidades. Esto provoca que los grandes inversores sigan extendiendo sus redes, alcanzando gran cantidad de pequeñas y medianas empresas –en Estados Unidos, una de cada cuatro empresas medianas ya tiene un fondo de este tipo en su accionariado- sino que lo hacen en todo tipo de sectores económicos. En nuestro país –y en Europa-, la última moda es el fútbol, un sector empresarial poco convencional, por decirlo de alguna forma. En los últimos años estos fondos no sólo han adquirido participaciones en clubes de fútbol, sino también derechos de traspaso de las estrellas del deporte -que es lo que supone el principal movimiento de dinero en este sector-. El dinero, ya se sabe, es poderoso caballero. Y a menudo consigue lo que se propone, como muestro en mis libros (enlace aquí).


miércoles, 27 de mayo de 2015

Quiero ser presidente del Real Madrid



La noticia de la que voy a hablar hoy ha sido muy comentada en los últimos días. La decisión del presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, de destituir al entrenador del equipo, Carlo Ancelotti, ha suscitado todo tipo de comentarios. Como siempre en este blog, trataré de dar una visión alternativa, basada en lo que no se nos suele contar. De ello trata mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace aquí), ficción contemporánea, en el que los protagonistas son personajes destacados de grandes corporaciones, como el que nos ocupa ahora.

La gran mayoría de opiniones de estos días hacen hincapié en una cuestión: para el presidente del Real Madrid, la figura del entrenador no representa algo fundamental. Prueba de ello es que, durante sus doce años de mandato, han sido nueve los ocupantes del banquillo blanco. Además, como muchos señalan, el perfil como técnico de un entrenador cesado suele ser muy diferente, cuando no opuesto, al de su sustituto. Es decir, tras todos estos años resulta evidente que no hay una línea clara en el estilo de entrenador que la presidencia desea. Sin embargo, lo que casi nadie dice es que esto puede ser debido a una idea: la de subrayar la necesidad de un cambio. Es decir, uniendo ambos razonamientos: cuando hay un cambio de entrenador, no se busca necesariamente alguien que proponga un juego basado en el ataque, o que promocione a jugadores de la cantera, o que sea capaz de proponer innovaciones tácticas –variando incluso en un mismo partido-.  Se busca reforzar la idea de cambio, es decir, que se va hacia algo diferente a lo que había antes.

El otro punto en común fundamental es lo que constituye el capricho del presidente, y que da título a esta entrada: su afición a realizar personalmente los –costosísimos- fichajes del equipo. Hace tiempo que en el Real Madrid desapareció la figura del director técnico, que en otros equipos de alto nivel se antoja crucial –véase el caso de Monchi en el Sevilla año tras año, y aun el de Zubizarreta en el Barcelona, a pesar de su reciente cese-. El director técnico, o director deportivo, entre otras funciones, tiene la de proponer a la directiva los fichajes a realizar –incluyendo el del entrenador-, así como recomendar a los jóvenes de la cantera que pueden subir al primer equipo. Es, en suma, el responsable de la parcela deportiva a medio y largo plazo, ya que del día a día se encarga el entrenador. De lo cual se deduce que ambos, entrenador y director deportivo, deben trabajar codo con codo, y por ello no es de extrañar que para el presidente del Real Madrid sean figuras poco valoradas. El presidente, socio del Madrid desde tiempo inmemorial, prefiere guiarse por los consejos de amigos y conocidos, además de por su criterio personal, a la hora de realizar los fichajes. Dado que el club dispone de ingentes recursos económicos, no resulta difícil que casi siempre se consiga fichar a cualquier jugador que se desee. También aquí quiero ir un poco más allá: el presidente valora mucho algo que, en apariencia, no muchos otros hacen. Se trata de la dimensión mediática del futbolista.

El presidente es plenamente consciente del impacto mediático del Real Madrid en todo el mundo. A pesar de ser un empresario de primera fila, presidente de la multinacional ACS, y de tener por ello contacto con altos cargos de todo el mundo, el fútbol le ha hecho subir un peldaño, casi diría que el último que le faltaba. Ha pasado de, como empresario, tratar con ministros, secretarios de estado, y otros altos cargos, a vérselas directamente con jefes de estado. A día de hoy, el Real Madrid ha creado escuelas de fútbol en más de 70 países de los cinco continentes. Según la revista Forbes, es el segundo club más valioso del mundo, tras los New York Yankees de béisbol. Sin embargo, no es lo mismo valor que popularidad; creo que la popularidad del fútbol sumando los cinco continentes es muy superior a la del béisbol, y por ende, la del Real Madrid –y también la del Barcelona- muy superior a la de cualquier equipo de béisbol. Así pues, Florentino Pérez sabe que tiene en sus manos la gallina de los huevos de oro y, dado que su actividad empresarial está ligada a la construcción de infraestructuras, es fácil entender que su dedicación al Real Madrid redunda en su faceta como empresario.

Por ello, como se recuerda en estos días, no le importa lo más mínimo organizar grandes actos cada vez que realiza un fichaje, y por ello, cuando ha comparecido para anunciar la destitución de Ancelotti, ha preferido emplazar al mundo a un nuevo acto, dentro de unos días, para presentar a su sustituto. En mi opinión no es porque le encante darse baños de masas, o porque disfrute apareciendo en público, sino porque es consciente de los beneficios que ello reporta al club, y a su propio negocio. Los fichajes realizados en el último año dan idea de hasta qué punto van ligados sus fichajes con la dimensión mediática del equipo: esta temporada han aterrizado en Madrid los referentes futbolísticos de Colombia –James Rodríguez-, Costa Rica –Keylor Navas-, Noruega –Martin Odegaard-, el elegido mejor mediocentro de la liga brasileña –Lucas Silva-, y un campeón en el último mundial como Toni Kroos. No cabe duda de que para Florentino Pérez la dimensión mediática es tan importante como la puramente futbolística.

De todos modos, todo lo anterior no llega a explicar el porqué de la destitución de Ancelotti –otro fichaje mediático en su día, debido a su prestigio-, aunque puede dar algunas pistas. Consciente en todo momento de la dimensión universal del Real Madrid, el presidente tiene claro que una temporada que termina como la actual, sin ningún título ganado, debe considerarse un fracaso rotundo. Haber caído eliminados en las semifinales de la Champions League, o haber luchado por la Liga española hasta la penúltima jornada no son atenuantes; en el mundo, lo que se pide a un equipo ganador como el Real Madrid es que gane. De modo que, cuando no se gana, hay que cambiar algo. No es suficiente con sonreír y decir que el próximo año habrá que hacerlo mejor, o tener más suerte con las lesiones. En la cabeza del presidente, que lleva siendo alto cargo de empresas y diferentes organismos desde que tenía 26 años, el planteamiento está claro. Para superar un fracaso se requiere, en primer lugar, un responsable. De este modo, la primera medida a tomar debe ser prescindir de ese responsable, con lo cual, en cierto modo, el problema ha empezado a resolverse. Va a llegar alguien nuevo, con capacidad para cambiar la situación. Como decía antes, cuanto más diferente sea el nuevo responsable, mejor, ya que reforzará la idea del cambio. Y una vez elegido el nuevo responsable, se comunica al mundo: “Hemos cambiado, ¿lo veis? A partir de ahora, todo va a ir mejor”.

No es de extrañar, en vista de todo lo anterior, que su etapa como presidente no esté plagada de éxitos. El hecho de que en doce años su equipo haya ganado tres títulos de Liga, dos Copas del Rey y en otras dos ocasiones la Champions League muestra que sólo en ciertas ocasiones la pléyade de estrellas mediáticas es adecuadamente dirigida por el entrenador de turno y se logra uno o varios títulos. Sin embargo, como es el caso de Ancelotti, cualquier cascada de títulos –cuatro en el año 2014- o récord de victorias consecutivas quedará en nada si le sigue un fracaso. Porque un fracaso, necesariamente, supondrá un cambio.

Así que, muy pronto, llegará un nuevo entrenador al Real Madrid, que conseguirá mantener su puesto mientras consiga títulos consecutivamente y será despedido, sin duda, cuando se produzca un fracaso. Con toda seguridad, si el próximo año por estas fechas el Real Madrid vuelve a quedarse sin títulos, el nuevo entrenador será despedido –si no lo ha sido antes de final de temporada-. Mi impresión personal es que Ancelotti ha decidido quedarse a vivir en Madrid el año próximo, y sacar un abono para ver los partidos en el Santiago Bernabéu, porque es consciente de esta situación. Incluso puede que haya sido el propio Florentino quien se la haya planteado. En tal caso, ¿alguien se extrañaría de que dentro de un año veamos de nuevo a Ancelotti entrenando al Real Madrid? Sería algo coherente con todo lo anterior; un cambio ahora y, un año más tarde, otro cambio que deshace el anterior. No hay que olvidar los logros deportivos de Ancelotti durante su primer año y medio y, sobre todo, la opinión favorable que ha conseguido por parte de plantilla, aficionados y prensa. Si ha sido destituido ha sido únicamente por la falta de títulos (Liga, Copa, Champions). De este modo, si las cosas no fuesen bien a lo largo de la próxima temporada, el mensaje presidencial dentro de un año sería más o menos así: “con este entrenador no hemos conseguido el objetivo que nos planteamos de volver a ganar títulos, así que traemos de nuevo al hombre que más títulos nos ha dado en un solo año en toda nuestra historia. Bienvenido de nuevo, Carlo”. Se admiten apuestas.