viernes, 28 de marzo de 2014

Adolfo Suárez y la transición a la democracia en España

La noticia que inspira esta entrada no necesita mayor presentación. La muerte de Adolfo Suárez hace unos pocos días ha producido una cascada de noticias en todos los medios que, supongo, habrían hecho sonreír a su protagonista, aunque fuese levemente.

Muchos son los que han escrito, con estas u otras palabras, que Suárez recibió un injusto tratamiento durante su vida política. Primero, por parte de los miembros de su partido, que en realidad no era tal, sino que se trató de una coalición de partidos que debido a la coyuntura -y al inesperado éxito electoral- se constituyó en un partido que llevaba "unión" en su denominación, pero que nunca llegó a ser coherente con el término. Segundo, cómo no, por los partidos rivales, situados a la izquierda y a la derecha del espectro político, que sufrieron el arrollador triunfo de la coalición, más tarde partido, liderados por Suárez. Por unos y otros motivos, tanto la izquierda como la derecha política se consideraban los legítimos candidatos a liderar el proceso de retorno a la democracia en España, pero fue Suárez quien se llevó el gato al agua desde su partido de centro. Además de los ataques de sus rivales políticos -internos a su partido y externos-, y de los medios de comunicación controlados por uno y otro lado del espectro político, Suárez sufrió el lógico desgaste de los presidentes del gobierno. La coyuntura económica en los años 70 no era la más favorable, tras la crisis del petróleo, y se vio obligado a tomar decisiones impopulares. Como consecuencia de todas las presiones sufridas, decidió dimitir a finales de 1980. El resto de su carrera política fue una cuesta abajo continua, que le llevó a decir su famosa frase: "los españoles me quieren, pero no me votan" y que acabó forzando su temprano abandono de la política a principios de los años 90, antes de cumplir los sesenta años.

A partir de ese momento, su vida personal tomó protagonismo en su vida, pero de nuevo en sentido negativo. En los primeros años 90 el cáncer comenzó a acosar a su familia, acabando prematuramente con la vida de su hija mayor, a los 41 años, y de su esposa, a los 66 años; sus otras dos hijas también han estado enfermas, habiendo superado aparentemente su enfermedad. Finalmente, el propio Suárez ha sufrido otra cruel enfermedad, el Alzheimer, que ha ido apagando su vida desde que apareciera, también prematuramente, hace más de diez años. También en lo personal la vida ha acabado siendo dura con él.

Es paradójico: si algo había caracterizado la primera parte de su vida, sus primeros cuarenta años, podía haber sido la ambición y el crecimiento sin límites. Se trata de alguien que de joven trabajó recogiendo maletas en una estación de tren, y que apenas ganaba para pagar una habitación compartida en una pensión, y que llegó a ser Presidente del Gobierno veinte años más tarde. Las fotografías de su época dorada, entre los años 76 y 80, traslucen vitalidad, y también una capacidad de seducción que parecía no tener límites. Vistas desde la distancia, las imágenes producen una cierta fascinación; como alguien ha dicho, recuerda a imágenes de presidentes norteamericanos -desde Kennedy hasta Obama-, a los que las campañas de imagen les han mostrado en múltiples escenas familiares en los breves periodos de relax de los que disfrutaban en medio de la vorágine política. Sin embargo, una vez alcanzada su cima -un techo inimaginable para cualquiera menos para él-, el destino pareció pasarle factura por todos sus éxitos, y fue poco a poco minando a la persona. No al personaje, por fortuna: el personaje pasó a la historia, diría que como uno de los más destacados en la larga historia de nuestro país. Eso nunca se lo podrán arrebatar, y todos los parabienes y reconocimientos que está recibiendo en estos días de manera casi universal no hacen sino confirmarlo.

Personalmente, me quedo con esas estampas familiares, que rezuman sencillez y, al mismo tiempo, elegancia. Y con la buena persona que parecía haber detrás del personaje político, algo que, de nuevo, le ha convertido en alguien extraordinario en nuestros tiempos.