jueves, 19 de diciembre de 2013

Los jueces y el fútbol



Los últimos días han abundado las noticias relativas a qué hay más allá de lo que vemos de estos grandes hombres que dirigen los destinos de un banco, o de una región, o de un país, mostrando que son más parecidos a la gente corriente de lo que parece en ocasiones. Es de esto de lo que hablo en mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace aquí). Por ello, he seguido estas noticias con sumo interés.

Lo primero que me llama la atención -si es que puede usarse esa expresión a estas alturas, ante el esplendor de la decadencia moral humana que venimos contemplando desde hace tiempo- es la ingente cantidad de personalidades públicas que están pasando en estos días por los juzgados. Los otrora admirados personajes, pasan ahora a ser vilipendiados por muchos, y en general, pasan a ser vistos de otra forma por la gran mayoría, al ponerse sobre la mesa sus comportamientos, tan humanos como los del más común de los mortales. Aunque, sin duda, seguirá habiendo muchos que les apoyen y arremetan contra quienes les han acusado, argumentando que es todo una persecución, y que hay gente mucho peor por ahí. En fin, está claro que, en esta vida, cada uno se cree lo que quiere creerse. Sobran ejemplos de ello.
Lo siguiente que me llama la atención es la actitud que prácticamente todos los acusados y/o condenados muestran ante su situación. Casi sin excepción, la gran mayoría insiste en “su” versión. Es decir, ellos son grandes hombres –políticos, empresarios, abogados,…- y nada malo han hecho. Los malos son quienes les acusan. Y eso que, en ocasiones, las pruebas contra ellos –divulgadas por los medios de comunicación, grandes animadores de los juzgados en los últimos tiempos- podrían calificarse como demoledoras. Pero ellos parecen ignorarlas, en un intento quizá de lograr que el tribunal haga lo mismo. No hay que olvidar que los jueces tienen el inmenso poder de desestimar pruebas, declaraciones e incluso testigos, según su criterio personal. Un criterio que, en principio, debería estar dictado por el Derecho –entendido, como dice la Real Academia, como el conjunto de principios y normas expresivos de una idea de justicia y orden que regulan las relaciones humanas en toda sociedad-. Justicia y orden son dos palabras muy grandes; quizá demasiado, ya que, dependiendo de quién esté sentado en lo más alto del tribunal, parecen significar cosas muy diferentes. 

Y, al otro lado del escenario, millones de espectadores contemplamos atónitos las actuaciones de jueces, abogados, fiscales, acusados y testigos. Todo mostrado bajo el prisma del correspondiente medio de comunicación, que apoyará o atacará la cuestión de que se trate en función de los intereses que defienda. Es decir, se reclamará justicia y orden en los casos en que la cuestión sea favorable, y se clamará la existencia de una persecución, y de una injusticia a todas luces, en el caso contrario. 

Este panorama, tal cual lo he descrito aquí de forma simplificada, observo que presenta bastante correspondencia con otro, más lúdico, que también se nos muestra habitualmente en los medios de comunicación, y que en ocasiones suele tener alto impacto: se trata de los partidos de fútbol. En ellos, podemos identificar claramente la figura del juez y sus ayudantes, de los acusados y acusadores –afortunadamente, son sólo una parte de los jugadores que deambulan por un campo de fútbol- y, finalmente, todos los espectadores que presionan, mucho más directamente aquí, a los jueces de la contienda. 

En efecto, estos jueces también vemos en ocasiones que toman decisiones poco justificadas, o que parecen cambiar de criterio en un momento dado sin que haya más explicación salvo que, quizá, se hayan dado cuenta de que en otra ocasión anterior se equivocaron, y pretenden compensar el error anterior. Además, podemos ver cómo los acusados niegan los hechos cuando se les pregunta al final del partido, aun a pesar de la evidencia mostrada en forma de repetición de una cierta jugada. Tampoco es extraño que se aluda, aunque de forma indirecta, a que pasan cosas muy raras con ese árbitro, o a que siempre se les castiga a ellos, o a que otros son los que siempre son favorecidos… Resulta triste ver que, en ocasiones, los miembros de los dos equipos estén más ocupados en engañar al árbitro que en hacer bien su trabajo. De nuevo, la justicia y el orden aparecen en boca sólo de una de las partes, la que resultaría beneficiada si se aplican. 

De forma similar a la justicia ordinaria, la justicia deportiva también admite recursos ante instancias superiores. Afortunadamente, esto sólo aplica en el caso de sanciones, entendiéndose que los resultados de los partidos son inamovibles –a pesar de la considerable influencia de las decisiones arbitrales en los mismos-. Algo es algo. En estos días, cualquier ciudadano de a pie puede intuir el conjunto de intereses que confluyen en el entramado judicial, bastante alejados de lo que en realidad debería estar detrás de las decisiones –las ideas de justicia y orden-. Con este panorama, casi es mejor que el fútbol siga siendo así.