martes, 30 de abril de 2013

Alfredo Sáenz y el diablo




La noticia que quiero comentar hoy tiene mucha relación con lo mencionado en mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace aquí). Tiene un titular muy expresivo: “Banesto, origen y final de Alfredo Sáenz” (enlace aquí). El titular, buscando ser efectista, carece de rigor, al no considerar que el protagonista accedió a Banesto cuando su carrera profesional estaba más que consolidada. Para entonces, tenía 51 años, y ya tenía experiencia en rescatar bancos en crisis. Once años antes había sido encargado de una tarea similar, reflotar Banca Catalana -de la que llegó a ser presidente, como en Banesto- por encargo de la empresa que la había adquirido, el Banco de Vizcaya. Al mismo llegó en 1981, con 39 años, tras quince años de trabajo en el sector industrial, en la empresa Tubacex.

Las experiencias anteriores a Banesto debieron llenar de confianza a Sáenz, o quizá debieron hacerle plantearse algo en la línea del titular del artículo: “aquí puede empezar mi carrera como superestrella”. Sin embargo, hasta entonces, había logrado convertirse en un ejecutivo de prestigio, gracias a su exitosa intervención en Banca Catalana, a la que sacó de la ruina y la convirtió en el primer banco de Cataluña. Este trabajo le catapultó nada menos que a la consejería delegada del Banco de Vizcaya en 1988 –sólo por debajo del mítico Pedro Toledo- y a una de las vicepresidencias del nuevo Banco Bilbao Vizcaya -formado en 1989-, siendo propuesto tras la muerte de Toledo para copresidir el BBV junto a Sánchez Asiaín, anterior presidente del Banco de Bilbao y que copresidía el BBV junto a Toledo. Es decir, al comienzo de los años 90 nuestro protagonista ya se encontraba en la primera línea de la banca española –de ahí mi comentario sobre que Banesto no fue ni mucho menos su origen-. Pero, como he indicado en otras entradas de este blog, el ansia de poder de muchos seres humanos parece ser insaciable, y aquí tenemos otro ejemplo. Nuestro protagonista quería más. Quería ser superestrella, costase lo que costase.

En diciembre de 1993, el Banco de España intervino Banesto y nombró presidente a Alfredo Sáenz –quien dejaba transitoriamente Banca Catalana, de la que todavía era presidente, así como todos sus cargos en el BBV-. Poco después, decidió adjudicarlo al Banco Santander. En un golpe maestro, Emilio Botín consiguió que el Banco de España aceptase mantener como presidente de “su” Banesto a quien, tras lo comentado antes, era justamente la perla de la competencia. La nueva misión de Sáenz iba a ser la de reflotar Banesto, así como integrarlo en el Grupo Santander -por aquel entonces, Santander Central Hispano-.

Y he aquí, retomando el contenido de la noticia que estoy comentando, que nuestro protagonista decidió jugarse el tipo. Impulsó una política muy agresiva de recuperación de créditos impagados, llegando al punto de llegar a presentar denuncias falsas. La querella que le ha hecho dimitir ahora fue presentada en 1995 contra cuatro de los propietarios de una empresa catalana dedicada a los suministros industriales. Tras su experiencia en Banca Catalana, Sáenz conocía bien el entorno y tomó una decisión crucial: aquel caso debía ser ejemplarizante, para mostrar a todo el mundo lo que ocurría a quienes no cumplieran con el pago de las deudas a Banesto. Los cuatro acusados terminaron en la cárcel, sirviendo de cabeza de turco, aunque su paso por prisión fue efímero, ya que los ejecutivos disponían de bienes personales que fueron embargados. Sin embargo, lo que se ha demostrado posteriormente es que todo aquel plan se urdió con pruebas falsas y contando con la colaboración de un juez corrupto. Es decir, el plan debía salir adelante costase lo que costase. El estrellato estaba en juego; aquí fue cuando Sáenz vendió su alma al diablo.

Los condenados en aquel momento nunca renunciaron a vengar el atropello. Las reclamaciones judiciales les han ido dando la razón, primero en 2009 –Audiencia de Barcelona-, más tarde en 2011 –Tribunal Supremo- y finalmente en 2013 –de nuevo el Tribunal Supremo, anulando el indulto de 2011 del Gobierno-. A pesar de todo lo anterior, en la actualidad el balón estaba en el tejado del Banco de España, quien, tras una nueva Ley promulgada este año, puede decidir si mantener o no en el cargo a banqueros condenados, y justamente ahora estaba evaluando el caso de Sáenz. Es pronto para saber quiénes han influido en la decisión definitiva, pero por fin ha aparecido algo de sentido común y Sáenz ha terminado por presentar su dimisión. Debido a este asunto, ya en 2011 renunció a ser consejero de la filial del Santander en Reino Unido, probablemente a indicación de las autoridades británicas. La mano de Emilio Botín no llegaba tan lejos, al parecer.

En coherencia con lo que dicen los manuales del buen ejecutivo, su jefe, Emilio Botín siempre le ha defendido y ha dicho informalmente que Sáenz es uno de los mejores banqueros del mundo. Creo, sin embargo, que en su interior don Emilio es consciente de una cosa. Los altos ejecutivos, destinados a tomar grandes decisiones, no deben quedar en evidencia. Aunque los números del Grupo Santander con Sáenz al frente –ha sido CEO los últimos once años- son ciertamente espectaculares, cabe preguntarse si habrían sido similares con otra persona al frente. Es sabida la fama que siempre ha tenido Botín de mover a su antojo a sus directivos, dado que ha llevado una gestión muy personal del imperio Santander.

Volviendo al punto que me interesaba, hace casi veinte años, Sáenz vendió su alma al diablo. Como cabría esperar a consecuencia de ello, triunfó: ha sido uno de los ejecutivos españoles más reconocidos en el extranjero. Y también uno de los mejor pagados. Tanto, que la pensión que le corresponde al cesar en sus funciones corresponde a 88 millones de euros –muy superior al de su protector, que solamente percibiría 25,4 millones en caso de que se decida a dejar su Banco-. Sin embargo, ahora ha llegado el momento de rendir cuentas. El final de la película, sin duda, no es como el protagonista habría imaginado. Una dimisión con un borrón en su expediente como éste –una condena a seis meses de prisión y 100.000 euros de indemnización por acusación falsa y estafa procesal- no es un buen colofón a la carrera profesional de una superestrella de la banca.

martes, 16 de abril de 2013

Maduro, Capriles y el atentado de Boston

En esta entrada voy a hablar de dos noticias bien distintas, ocurridas en los últimos días en el continente americano. Ambas tienen relación con mi libro, Las aristas borrosas del éxito, disponible en Amazon (GRATIS durante esta semana, enlace aquí).

La primera de ellas es el desenlace de las elecciones presidenciales en Venezuela. Para alguien no muy familiarizado con los procesos electorales en ese país, lo cierto es que algunas de las prácticas llevadas a cabo sorprenden bastante. Por ejemplo, que uno de los candidatos emita un discurso por la televisión pública durante las votaciones. Parece ser que ha habido otras medidas más directas todavía, que pueden parecer más propias de una película cómica: cerrar antes de tiempo determinados colegios electorales, o permitir el acceso sólo a los militantes de un partido, o escoger la papeleta en compañía de un “asesor” perteneciente a cierto partido.

Sin embargo, todo lo anterior se queda en simples detalles, casi anecdóticos, frente a la principal medida, a la que se ha recurrido, no sólo en este proceso electoral, sino en otros muchos celebrados antes en otros países: la no realización del recuento detallado de votos. Esta expresión parece dar pánico a los proclamados vencedores en primera instancia, quienes en ningún caso admiten la medida. Por razones obvias: únicamente puede resultar peor para ellos. En este caso, a las pocas horas de finalizar las votaciones, el tribunal electoral nombró vencedor a Maduro –por muy escaso margen- y, a pesar de que el resultado no ha sido aceptado por su contrincante, quien ha solicitado el recuento detallado de los votos, a las pocas horas Maduro ha sido proclamado nuevo presidente para los próximos seis años. Nada menos. Todo ello, pese a la recomendación y ofrecimiento de apoyo de varios organismos internacionales para realizar el recuento detallado de votos.

Hay ejemplos recientes de otras elecciones en el mismo continente en el que se solicitó el recuento detallado y no se produjo –caso de México, en 2006- e incluso otros donde ha habido que recurrir a los tribunales: las elecciones en Estados Unidos, en noviembre de 2000, donde hubo que recurrir al mismísimo Tribunal Supremo, que decidió, más de un mes después de realizarse las votaciones, que no era necesario realizar un tercer recuento –éste manual- de los votos en el estado de Florida, como solicitaba la candidatura de Al Gore, al denunciar serias irregularidades. Debido a esta decisión, George W. Bush ganaba las elecciones por un margen de 531 votos en ese estado y, por extensión, la presidencia de los Estados Unidos. Aunque para ver la intervención de los tribunales en un proceso electoral no hay que irse tan lejos: en las elecciones de 2006 a la presidencia del Real Madrid, ganadas por Ramón Calderón, también fueron los jueces quienes decidieron que no se haría recuento del voto por correo –anulando el mismo- ante la denuncia del propio Calderón, que estaba basada en que no se garantizaba la autenticidad ni confidencialidad en esa modalidad de voto. Ramón Calderón había ganado en el voto presencial, como en todos los casos anteriores, por un escaso margen.

Todo ello nos lleva al mismo punto: la lucha por el poder es encarnizada y, en caso de darse situaciones ajustadas, no se duda en recurrir a cualquier maniobra –más o menos legítima- para decantar la balanza hacia el lado propio. Esclarecer los hechos parece ser irrelevante: lo que importa es hacerse con el poder, sea como sea.

Lo que me parece más curioso es que, en países que se consideran civilizados, y como tales se caracterizan por poseer un sistema democrático y unos tribunales que se encargan de preservar la justicia en torno al mismo, los hechos parecen demostrar todo lo contrario. Podemos ver en todos los ejemplos anteriores que la decisión definitiva no está encaminada a esclarecer los hechos lo máximo posible, sino a truncar ese proceso, dando la razón a una de las partes. Lo cual puede llevarnos a ver algún tipo de perversión en el modelo: quien tiene que tomar una decisión, no decide llegar hasta el final para que no haya dudas, sino que decide de una forma determinante, para que conste sin ninguna duda que ha decidido a favor de una de las partes. ¿Por qué actúa así? ¿Esperando, quizás, alguna recompensa posterior por parte de quien ha sido declarado vencedor? No olvidemos que, al frente de los organismos que deciden, por muy genéricos e impersonales, que parezcan, hay personas, que tienen nombres y apellidos, familiares, muchos gastos…

La otra noticia a la que quiero hacer mención es el atentado, uno más, que acaba de sufrir el país más poderoso del mundo, en el transcurso de la Maratón de Boston.

En el momento de escribir esta entrada, todavía no se conoce nada sobre los autores o sus posibles motivaciones. Solamente se sabe que han hecho explosión dos artefactos de fabricación casera, con un intervalo de doce segundos, y a unos cien metros de distancia entre sí, lo cual puede hacer descartar la opción  de que se trate de un perturbado, como los autores de tantas matanzas llevadas a cabo los últimos años en cines, escuelas, edificios públicos. La coordinación necesaria hace pensar en algún tipo de organización terrorista, aunque las investigaciones irán desvelando más detalles.

En cualquier caso, lo que me intriga es la capacidad de este país para generar y atraer hacia sí todo tipo de violencia. Lo hace en cantidades dramáticamente superiores a cualquier otro país "rico". Y no es algo que solamente veamos desde fuera: cada poco tiempo, se reaviva en el país la polémica sobre la tenencia de armas de fuego por parte de personas sin ninguna preparación, ni justificación aparente, más allá de la autodefensa. Sin duda, el uso de las armas de fuego es algo profundamente arraigado en la cultura del país, desde sus comienzos hace poco más de doscientos años, pasando por la época de la conquista del Oeste a lo largo del siglo XIX, y siguiendo por los  folclóricos -permítase la expresión- acontecimientos relacionados con la Ley Seca, y los gangsters, además de los incontables conflictos bélicos internacionales en los que se ha visto inmerso el país en el siglo XX y principios del siglo XXI. El tiempo dirá si esta nueva forma de absurda violencia ha nacido en el propio país o ha llegado desde fuera.