viernes, 31 de julio de 2015

El banco bueno -es un decir-



Hace unos meses publicaba una entrada en este blog sobre el comúnmente llamado banco malo. Pues bien, para que no todo sea negatividad, aprovechando las fechas veraniegas, esta entrada está dedicada a un banco bueno donde los haya. O no. Como siempre, cada uno puede sacar sus conclusiones, y las mías son las que aquí expongo. De igual modo que en mis libros –enlace aquí-, se trata de un ejercicio de interpretación de la realidad que normalmente no se nos explica.

El protagonista de esta entrada es, como puede suponerse, el Santander. Es un banco que ha vivido una transformación que le ha llevado a convertirse en cabeza de un grupo empresarial de nivel mundial, partiendo de un modesto banco provincial español. Tal ha sido su crecimiento que a finales de 2014 era el undécimo mayor banco del mundo y primero de la zona euro. Los diez primeros puestos del ranking mundial están mayoritariamente ocupados por bancos chinos –cuatro- y norteamericanos -otros cuatro-. A modo de referencia, el primer banco de Japón aparece en el puesto dieciocho de la lista, y el siguiente banco de la zona euro –BNP Paribas- aparece en el puesto veintiuno. Sirvan estos datos para mostrar que, ciertamente, el Santander ha llegado muy alto.



Esta semana se han hecho públicos sus resultados económicos tras la primera mitad del año 2015. En clara línea ascendente, el grupo ha conseguido un beneficio neto en estos seis meses de 3.426 millones de euros. Sin duda, se trata de una cantidad apabullante. En España, lejos de los malos números de tantas grandes empresas que últimamente están anunciando ERE’s, el beneficio neto en el primer semestre ha ascendido a 771 millones de euros. Buenos números, que corroboran que los gestores del banco han hecho un buen trabajo.

La presidenta del grupo, tras la divulgación de las cifras, ha anunciado que la entidad abonará dividendos a sus accionistas íntegramente en efectivo. Esta es una de las novedades que ha introducido tras su llegada a la presidencia. Hasta hace poco, existía también la opción de cobrar el dividendo en nuevas acciones, y también de vender los derechos de esas nuevas acciones. En cualquier caso, la rentabilidad para los accionistas del Santander se sitúa, tras estos números, en un 11,5%, que constituye la mayor de las grandes empresas españolas, las que cotizan en el IBEX-35. Casi nada.



Pues bien: uno se pregunta si, de esa lluvia de dinero en dividendos para los accionistas, al menos una pequeña parte no podría ir a parar a los “otros accionistas”. Me explico: en el pasivo del balance de un banco, se encuentran el capital y fondos propios con los que cuenta la empresa –aportados por los accionistas, como en cualquier otra empresa- y también los recursos ajenos, que en este caso aportan los clientes de diferentes maneras contractuales. En un banco, el volumen de los recursos ajenos puede fácilmente multiplicar por diez el de los recursos propios. De modo que, como es fácil de entender, es sobre todo con este dinero –recursos ajenos- con el que los bancos realizan su actividad. No con el dinero de los accionistas. Sin embargo, éstos se benefician de una excelente retribución, mientras que los que en realidad aportan el capital se ven míseramente retribuidos. Cualquiera que posea una cuenta nómina en un banco –en la práctica, esto equivale a que deposite allí todo su dinero- puede comprobar los intereses que le abona anualmente su banco. Y puede hacer su propia calificación sobre dicho importe, que en mi caso propio, llamo miseria. Como cabe esperar, en el caso de una cuenta de ahorro normal, la remuneración pasa a ser microscópica, cuando no directamente cero.

Podría decirse, pensando en los accionistas, que éstos están arriesgando su capital, como en cualquier empresa, mientras que un particular tiene garantizados sus ahorros mediante el fondo de garantía de depósitos. Sin embargo, en el contexto en el que nos movemos, se ha podido comprobar que los estados, y en nuestra zona las instituciones europeas, son reticentes a dejar quebrar un banco. Desde 2008, han recibido ayudas los bancos estadounidenses -más de 700.000 millones-, alemanes -480.000 millones-, ingleses -47.000 millones-, franco-belgas, suizos, y un largo etcétera. Precisamente, ayudas –o rescates- que se justifican en aras de evitar el quebranto económico para millones de clientes. Que no es tal, ni en nuestro país ni en el resto de Europa, donde existe también el fondo de garantía. No. El quebranto si cae un banco lo llevarían sus accionistas, y esto, al parecer, es algo que no debe suceder bajo ningún concepto. ¿O hay algo más, como el apoyo que la mayoría de entidades bancarias realiza a los partidos políticos, apoyo que muchas veces acaba en una condonación de deuda?

La quiebra de entidades bancarias, como el caso de Lehman Brothers, está sucediendo en condiciones muy excepcionales. Así que el riesgo de los accionistas de los bancos es bastante relativo. ¿Y qué ocurre con los particulares? Habría que ver la aplicación del fondo de garantía en caso de grave problema de la economía de un país, como hemos visto recientemente en otro país europeo; en nuestro caso, si los dos principales bancos fuesen incapaces de seguir adelante por algún motivo, ¿habría dinero suficiente para reintegrar, a corto plazo, los depósitos a todos sus clientes? Como se puede ver, ni unos están tan protegidos, ni los otros arriesgan tanto.



Cuando uno accede a la página web del Santander, tiene acceso a las principales cifras del banco, así como a la cadena de creación de valor, que en mi opinión no se sostiene. Dicha cadena tiene una estructura de círculo, con cuatro eslabones: primero, los empleados de la empresa –los mejores profesionales, por supuesto- son quienes construyen relaciones de confianza y de vinculación con los clientes –segundo eslabón-, lo cual redunda en un aumento de la rentabilidad, que repercute en los accionistas –tercer eslabón-, y que estos devuelven a la sociedad –cuarto eslabón-, que genera empleados, y así se vuelve al principio de la cadena de valor. La cadena tiene su coherencia hasta el tercer eslabón –los accionistas-. A partir de ahí, pensar que éstos repercuten en la sociedad sus beneficios, resulta poco menos que irrisorio. Si se refieren al pequeño accionista, de acuerdo; éste suele emplear la mayoría de sus recursos en su vida cotidiana y no tiene la posibilidad de reservar millones de euros en un banco suizo, por poner un ejemplo. Sin embargo, de los grandes capitales –los que de verdad controlan las grandes empresas-, es evidente que puede esperarse una contribución muy baja a la sociedad, como he contado en tantas otras entradas de este blog.

La misma página detalla la contribución a la sociedad que el propio grupo realiza directamente, a través de becas universitarias, patrocinios culturales, promoción del emprendimiento en países menos favorecidos –pero siempre con presencia del banco-, etc. Es fácil entender que estas medidas no tienen nada de filantrópicas, y sí un carácter de inversión que se espera rentabilizar en un plazo medio. Baste como ejemplo la entrada de Santander en el patrocinio en Fórmula 1: en opinión del anterior presidente, fue la mejor operación de marketing corporativo que realizaron en toda su historia. Como digo, para el banco se trataba de una inversión, que dio cuantiosos frutos. Y lo mismo cabe pensar de las otras iniciativas.

Un banco tan bueno como este, que presume de tener muchos millones de clientes -mejor aún, dispone del dinero de muchos millones de clientes- tiene una forma muy sencilla de devolver a la sociedad el valor que ésta le aporta. En nuestro país, el Santander presume de tener 14 millones de clientes cuyo dinero posibilita, en mucha mayor medida que el de los accionistas, el negocio del banco. Sería tan sencillo como ofrecer una rentabilidad digna a aquellos que les confían su dinero. Pero no. Es más fácil que sigan beneficiándose los de siempre.